Cómo (Deberíamos) Hablar de Migración
México es un país atravesado históricamente por la migración. Personas de distintos orígenes han entrado y salido del país, ya sea en busca de mejores oportunidades o porque se ven obligadas por el desplazamiento forzado y la violencia. Es por eso que no podemos hablar de una experiencia migratoria homogénea, ya que siempre depende de múltiples factores. Variables importantes han sido siempre la cambiante categorización por etnia y estatus económico.
Hacia finales del siglo XIX, la administración de Porfirio Díaz fomentó cada vez más la inmigración para contribuir al crecimiento de las industrias que se estaban asentando por primera vez en el territorio. Sin embargo, las experiencias de los migrantes fueron muy diversas. Conocemos ampliamente la historia de los republicanos españoles que encontraron en México refugio del fascismo de su país a partir de los años treinta. La diáspora china, en cambio, apenas es nombrada. Cientos de personas chinas fueron víctimas de un racismo recalcitrante que culminó en violencia desmedida, como en el caso de la masacre de Torreón de 1911.
El lenguaje que utilizamos para hablar de la migración dice mucho de nuestros puntos de vista políticos: ¿De qué comunidades hablamos? ¿Qué términos utilizamos? ¿Cómo percibimos la presencia de migrantes? En el lenguaje están contenidas las relaciones de poder que determinan la experiencia migratoria. Por lo tanto, debemos analizar la narrativa que persiste en torno a cada comunidad y los motivos por los que las diásporas son retratadas de manera positiva o negativa en el discurso público.
En el caso de las personas mexicanas que han migrado hacia Estados Unidos solemos tener una perspectiva solidaria: reaccionamos con indignación cuando nos enteramos de las múltiples formas de violencia que viven nuestros paisanos y de lo deshumanizantes que son los discursos sobre los mexicanos al otro lado de la frontera. No se habla de seres humanos sino de “plagas”, masas sin nombre ni identidad que amenazan con quitarle el empleo al estadounidense (blanco) promedio. Tenemos claro que este discurso es discriminatorio y racista, por lo que debe ser erradicado.
Por otra parte, el número de estadounidenses que se mudan a México ha aumentado drásticamente en los últimos años, particularmente tras el comienzo de la pandemia de COVID-19 en 2020. Buena parte de ellos se autodenominan expats (expatriados) o “nómadas digitales”, ya que tienen la posibilidad de trabajar de manera remota.
Los expats decidieron mudarse a países vecinos simplemente porque resulta mucho más barato vivir aquí que en Estados Unidos. La posibilidad de trabajar a distancia ya supone un privilegio, sin contar el hecho de que sus sueldos son pagados en divisas de mayor valor que el peso mexicano. Esto les permite llevar un estilo de vida mucho más privilegiado que en su país de origen. El trabajo remoto les da el estatus de “ciudadanos del mundo”, sin residencia fija, que viajan a tantos países como les es posible. En la mayoría de los casos, los expats son recibidos con los brazos abiertos, pues su presencia supone una derrama económica para los negocios locales. Aplicaciones como Airbnb, que se especializan en proveer viviendas a corto plazo, también se benefician.
Sin embargo, este fenómeno da lugar a procesos de gentrificación que expulsan a las personas que habitan en ciertos barrios o regiones populares para abrir las puertas a personas con un mayor poder adquisitivo. Para las personas desplazadas, acceder a una vivienda se vuelve mucho más difícil, ya que los alquileres se elevan de manera desmesurada. En Tulum, Oaxaca o la Ciudad de México, es evidente que las dinámicas económicas locales se han transformado para priorizar la presencia de expats. Predomina el uso del inglés y se inflan los precios de todos los negocios, siempre con el poder adquisitivo del dólar en mente. Y esto no es exclusivo de México. Ciudades como Bali, en Indonesia, Chiang Mai, en Tailandia, o la capital argentina Buenos Aires, se ven afectadas de la misma manera por la llegada de comunidades de expats. En respuesta, muchos de los habitantes locales han protestado con arte callejero: pegando imágenes con leyendas como “gringo go home” o similares.
Algunas personas comparan este tipo de respuesta con el trato que reciben los migrantes mexicanos en Estados Unidos y afirman que los extranjeros en México no deberían recibir el mismo trato que los mexicanos en el extranjero. Sin embargo, es fundamental tomar en consideración las relaciones de poder que median las experiencias de migración. La racialización y el estatus socioeconómico son los factores decisivos que influyen en la facilidad que tendrá una persona para trascender fronteras: el primer filtro de la experiencia migratoria es contar con los recursos económicos suficientes para obtener la documentación requerida. Si el discurso sobre migración se enfoca únicamente en los grupos privilegiados, pareciera que hablar del tema es obsoleto. Regiones como la Unión Europea permiten a sus ciudadanos la movilidad sin restricciones entre los Estados miembro. La multiculturalidad es celebrada como el resultado del intercambio y la diversidad es apreciada mientras se limite a parámetros estrictos.
Sin embargo, cuando se trata de personas racializadas que tienen que abandonar su país porque sus vidas están en riesgo o debido a la falta de oportunidades, el discurso cambia de manera radical. La frontera se convierte en una barrera necesaria para detener a las masas que, supuestamente, pretenden saquear los países “de primer mundo”. Los movimientos migratorios que surgen por necesidad y no como una decisión de lujo se criminalizan y se etiquetan como “invasiones”. En este caso, la presencia no deseada de culturas enteras se categoriza como indeseable, se cuestiona la capacidad de “asimilación” y se espera que los migrantes abandonen su identidad cultural completamente para adaptarse al país receptor. Hay que renunciar a las sus costumbres “arcaicas” para incorporarse a la modernidad.
Al hablar de la presencia de comunidades migrantes, debemos considerar los matices. Una parte de las personas que han decidido migrar a México son personas estadounidenses negras, que si bien cuentan con cierto privilegio económico, también buscan un refugio del racismo que viven en su país de origen (para más información, recomiendo ver el corto documental The Afro Mexpats de la directora Ebony Bailey).
Aunque la gentrificación no comenzó con los expats, es evidente que este proceso ha aumentado debido a su presencia. Por tanto, quienes emigran en estas circunstancias deben considerar de forma crítica las consecuencias que tiene su presencia en los espacios que habitan. En este sentido, también debemos considerar algunas de las ideas racistas interiorizadas que hemos desarrollado acerca de las personas estadounidenses de origen mexicano — el caso de Yahritza y su Esencia nos muestra que, de este lado de la frontera también existe un gran desprecio por la comunidad chicana, pocha, mexicana-estadounidense, principalmente por no hablar español de manera fluida.
Varias cosas pueden ser verdad al mismo tiempo. Es válido protestar ante el uso dominante del inglés en ciertos barrios o ciudades. Pero, al mismo tiempo, es importante recordar que el intento de imponer el español como “lengua oficial” margina a los hablantes de lenguas indígenas, quienes han sido violentados por este mismo motivo por siglos. Analizar la migración a través de generalizaciones nos impide identificar los problemas de raíz: por ejemplo, el capitalismo que crea desigualdad entre quienes migran o el racismo que determina quién puede entrar sin mayores problemas a un país y quién no.
La resistencia justificada y desconfianza a los ciudadanos de Estados Unidos y de países europeos que fomentan el desplazamiento, la gentrificación y la discriminación a través de la industria turística no puede compararse con la situación de migrantes empobrecidos para quienes la migración es la única y última opción que les queda.
La migración ocurre en circunstancias diversas. Por ello debemos cuestionar las narrativas que la describen como un proceso “bueno” o “malo”. En lugar de pensarlo desde una postura puramente moral, debemos examinar los motivos sistémicos que fomentan la migración y quién se beneficia cuando se deshumaniza a ciertas comunidades migrantes. Para terminar con la desigualdad que atraviesa estos procesos es fundamental crear nuevas narrativas: ¿Cómo podemos contribuir a un futuro distinto?
Fuente: Goethe Institut
GPC/DSF